Mediante los alimentos las personas incorporamos las sustancias necesarias para el correcto desarrollo y funcionamiento de nuestro organismo. Para que la alimentación sea saludable debe ser equilibrada, variada y suficiente de acuerdo con las necesidades nutricionales de cada etapa de la vida.
Pero, además, los alimentos que consumimos deben ser inocuos (no provocarnos enfermedades) y conservar sus propiedades nutritivas.
Como consumidores formamos parte de la cadena alimentaria: somos el último eslabón. Desde el origen de los alimentos hasta que nosotros los compramos, tanto los operadores de la industria alimentaria como las autoridades competentes que realizan los controles, se ocupan de garantizar la seguridad de todos los productos. Tenemos derecho a una alimentación sana y segura y debemos exigir una información veraz y comprensible sobre los alimentos, su modo de uso y sus condiciones higiénico-sanitarias.
El consumidor ¿el eslabón perdido de la cadena alimentaria?
La industria en general lo hace bien, pero no hay ni sistemas ni trabajadores infalibles, por lo tanto como consumidores debemos prestar atención a lo que hacemos una vez que los alimentos llegan a nuestras manos. Muchas veces actuamos sin ser conscientes de que pueden ser transmisores de enfermedades de diversa gravedad. Tratamos los alimentos de la forma en la que hemos aprendido en casa, sin ningún tipo de reflexión sobre lo que hacemos con ellos.
¿De qué sirve que a lo largo de todas las etapas de la cadena alimentaria sean cuidadosos si luego como consumidores no mantenemos adecuadas temperaturas de refrigeración, no nos lavamos las manos como es debido y no tenemos ni las más mínimas nociones sobre los microorganismos habituales en los alimentos?
En general, incluso los profesionales que deberían estar bien formados, se falla en muchos conceptos y todo se deja de la mano del “sentido común”. Y esto es un error porque el sentido común a cada uno nos dicta una cosa según nuestra procedencia y formación.